jueves, 12 de mayo de 2011

Hola Soledad


Parecerá raro y hasta loco pero desde hace una semana atrás no dejo de ver a mi abuelo, mi querido abuelo que murió hace 5 años y 8 meses. Lo veo en la calle, en el carro, en el señor que lee los titulares de los periódicos colgados en algún kiosco, subiendo la escalera de algún puente peatonal. Lo veo serio, otras cansado. Y me preguntaba por qué. Le conté a una amiga y toda tarada me dijo “Ha venido a llevarte”. Pero después de ayer creo saber porque tanto momento raro. Caminando sin rumbo, con la cabeza en otros tiempos más dulces, me topé con un anciano, sentado en las gradas de una casa. Llorando, llorando sin control, llorando con amargura, llorando con tristeza, llorando sin consuelo. La gente pasaba sin decirle nada, mirándolo extrañados, con lastima y hasta con una cierta mirada de burla. Y me hizo recordar mi tristeza. Me hizo verme a mi misma sin necesidad de un espejo. Con una decisión que aún me sorprende, le pregunté que le pasaba. Y mirándome como un cachorrito herido, en pocos segundos me lo contó todo y yo me senté a su lado. Para resumir lo que le pasaba, su tristeza tenía un nombre: “La Soledad” y me di con la ingrata sorpresa que ni aún con los años uno se acostumbra a estar solo. Mirándolo, miraba mi destino. Y ya antes me había hecho a la idea de estar sola, de envejecer sola y no me preocupaba. Pero ahora me doy cuenta que la soledad duele, yo lastimo y no soy buena compañera. Y tengo miedo. Creo que porque hace poco más de una semana, había descartado la idea de una vida en soledad. Y me gustaba pensar que la alegría de esos días duraría una vida entera. Que amanecería protegida de un abrazo, un beso, que viendo una película hasta tarde nos quedaríamos dormidos hasta que despertar para amarnos un poco más de lo que ya nos amábamos. Jamás se ha deseado a alguien como esa persona me hizo desearla. Unos pocos días para aprender a quererlo, a desearlo, a amarlo, a pensarlo y ahora a extrañarlo. Extrañar el tiempo juntos, extrañar sus locuras, extrañar los momentos que fantaseábamos con un futuro juntos. Pero la soledad toca apurada, descontrolada y te pincha el globo de la felicidad antes de que puedas jugar con el. Y ahora me aterra verla en mi cuarto, sonriendo cachosamente, pareciendo decirme: “de nuevo juntas”. Y si la soledad soy yo, como decirme a mi misma que no quiero mi compañía. Que quiero otra cosa. Que quiero que me devuelva lo que me quitó.
Quizás dentro de unos años (si vivo para contarlo) con arrugas en mi rostro, en la puerta de mi casa o en la banca de algún parque, llore sin consuelo (casi tan fuerte como ahora) pase algún muchacho y mi llanto lo detenga, porque al verme se dará cuenta que tenemos algo que nos hace ser iguales: El dolor de la soledad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario